Por Julián García Walther, estudiante de posgrado en la Universidad de Carolina del Sur
Por intuición, la tundra rocosa de Alaska puede no vincularse a las costas cálidas del Desierto Sonorense a más de 6,000 kilómetros de distancia, pero el playero rojizo del Pacífico (Calidris canutus roselaari)—un ave playera que se reproduce durante el verano en el Ártico—estos vínculos han existido por miles de años. Cuando inicia la migración de otoño, los pollos capaces de volar emprenden un viaje en solitario sobre los océanos y las costas que nunca han visto. Su destino: las playas y los humedales del noroeste de México.
Una de las primeras y más importantes escalas está en el corazón de la Península de Baja California: las lagunas de Guerrero Negro y Ojo de Liebre. En el invierno, este complejo de humedales de 160,000 hectáreas rodeado por el paisaje árido y escasamente vegetado alberga a más de un tercio de la población global de playero rojizo roselaari, de costurero pico corto (Limnodromus griseus caurinus) y picopando canelo (Limosa fedoa). Debido a que las densidades humanas son muy bajas, las aves playeras pueden forrajear en las vastas marismas intermareales sin molestias. Además, las 30,000 hectáreas de estanques de sal poco profundos de evaporación de agua, construidos por la refinería de sal más grande del mundo, ofrecen un ejemplo poco común de cómo las aves playeras y la industria pueden coexistir.
Mientras que Guerrero Negro ofrece un hábitat de alta calidad y pocas alteraciones para miles de aves playeras, en este y otros sitios de escala en el noroeste de México se viene encima otra amenaza: el aumento del nivel del mar. Los científicos predicen que el nivel del mar puede aumentar 0.3—1.2 m a finales del siglo. Para las aves playeras, esto significa que las marismas intermareales y playas de las que dependen para forrajear y posarse podrían perderse.
¿Cómo responderán las aves playeras a dichas alteraciones a su hábitat no reproductivo?
Con esta pregunta en mente, empaqué telescopios, mapas y equipo de acampar en mi vehículo y emprendí el viaje a estudiar decenas de humedales costeros desde Sonora a Nayarit. Una de las metas de mi disertación era entender la manera en que el aumento del nivel del mar podría afectar sitios cruciales para el playero rojizo.
El playero rojizo no sólo usa los humedales de la Península de Baja California, también usa una variedad de hábitats costeros en México continental, posiblemente como peldaño a los sitios de mayor importancia. Pero conforme viajé por la costa, encontrarlos fue todo un reto. En Sonora, muchos lugares remotos tienen un acceso limitado, un problema que fue peor en Sinaloa por la densa vegetación y los manglares. Para las aves playeras, esta es una buena noticia porque la región ofrece mucho hábitat sin alterar en comparación con los sitios más poblados donde el desarrollo costero, la acuacultura y demás presiones han degradado el hábitat.
La pequeña comunidad pesquera de Bahía de Ohiura, Sinaloa ejemplificó la importancia de estos humedales para las aves migratorias. Aquí, más de 50,000 aves acuáticas se alineaban a lo largo de la bahía de seis kilómetros. Incluyendo a 15 especies de aves playeras desesperadamente explorando el lodo y, para nuestra fortuna, al menos 500 playeros rojizos. Muchos con banderas en sus tibias indicando que los investigadores los anillaron en Grays Harbor, Washington y Nome, Alaska. Quizá lo más emocionante de encontrar fue el playero rojizo con el código 1ML en su bandera. Este código pertenecía a un pollo que mis colegas y yo anillamos el verano anterior en Alaska. Siendo menor a un año, ¡el ave del tamaño de una toronja acababa de terminar la migración de 6,000 Km para llegar a este lugar!
Para los sitios importantes para las aves playeras, el futuro es incierto. Nuestros resultados preliminares indican que el 37% de los lugares donde se encuentra el playero rojizo a lo largo de la costa del noroeste de México coincide con las áreas que se predicen se inundarán para el 2050 por el aumento del nivel del mar. Para las bahías como la Bahía de Ohiura, el aumento del mar podría reducir la disponibilidad de hábitat y de servicios del ecosistema de los que dependen las aves playeras y las comunidades humanas costeras. Ahora más que nunca, necesitamos soluciones basadas en el ecosistema que protejan las costas y conserven el hábitat costero de las aves playeras.
Conforme el invierno se convierte en primavera, el playero rojizo empieza a almacenar energía y subir de peso como un vehículo al que se le llena el tanque. Su coloración apagada típica de los lugares no reproductivos se volverá un naranja terracota brillante y, por último, bajo las condiciones correctas, empezarán el viaje al norte a sus sitios de reproducción que por milenios ha vinculado a la costa del Desierto Sonorense con el Ártico.
Y en cuanto a mí, espero que mi viaje como investigador conduzca a las soluciones que puedan tratar los miles de retos a los que se enfrentan las aves playeras en nuestra costa en vista del cambio global.
Esta investigación fue posible gracias al apoyo financiero y el asesoramiento de Senner Lab. Agradezco a Pronatura Noroeste, Laboratorio de aves (UABCS), y a Jonathan Vargas, becario en soluciones costeras, por su conocimiento y apoyo.